Ucrania llevó a cabo la Operación Telaraña a fines de mayo, sorprendiendo a Rusia con una ofensiva de drones que destruyó casi cincuenta aviones militares en bases aéreas dentro de suelo ruso, incluso en Siberia. El ataque dejó en jaque el ego de Vladimir Putin y forzó a Moscú a pensar en represalias.

Un golpe maestro de inteligencia y astucia

La Operación Telaraña fue fruto de la inteligencia militar ucraniana, aunque con posible colaboración de expertos estadounidenses, británicos y franceses. De todos modos, la ejecución fue 100% ucraniana. El plan incluyó drones lanzados desde territorio ruso, que llegaron a bases aéreas y puntos estratégicos, además de ataques al puente de Kerch que conecta Rusia con Crimea.

El juego de la propaganda y la moral

La operación pegó fuerte en el orgullo ruso y fue celebrada como un golpe psicológico. “Estos éxitos son producto exclusivo de la inteligencia táctica y estratégica”, se sostiene en la nota, comparando la astucia ucraniana con la de legendarios generales como Rommel. En contraste, los avances rusos dependen del número y del poder de sus arsenales, recurriendo hasta a presidiarios y efectivos norcoreanos.

Si bien Ucrania acumula dos o tres grandes golpes tácticos, como el fallido contraataque de 2023 o la toma temporal del oblast de Kursk, estos momentos de lucidez no compensan las dificultades logísticas y de recursos que enfrenta frente al gigante ruso.

¿La respuesta rusa?

Ahora, con el orgullo herido, Putin busca una respuesta impactante. Todo indica que recurrirá a misiles hipersónicos Oreshnik, capaces de portar ojivas nucleares, en busca de frenar este tipo de ataques espectaculares.

Fuente: El Doce (link).